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martes, 27 de junio de 2017

¿Por qué avanzamos como los cangrejos?


¿Por qué avanzamos como los cangrejos?
Por Javier Loaiza. 27/06/17
Los cangrejos no marchan hacia atrás, sino de lado. Diferente a lo que nos decían nuestros padres o profesores. Los cangrejos son lentos, parecen no ir para ninguna parte y mantienen sus pinzas listas, en actitud defensiva. García Márquez afirmaba que “Nos indigna la mala imagen del país, pero no nos atrevemos a admitir que la realidad es peor”.
Hubo enormes cambios en el último medio siglo, pero la sensación que tiene mucha gente es que aquí nada ha cambiado, que todo sigue igual. A pesar de los avances y progresos para un sector de la población, el país no logra dar un salto para convertirse en una sociedad en que los colombianos puedan vivir de manera segura, tranquila y con esperanza de mejorar su condición y su calidad de vida.
Entre otros cambios, Colombia dejó de ser rural y se volvió mayoritariamente urbano; se formó una clase media profesional, que podría llegar a ser la tercera parte de la población;  surgió una clase emergente -como se le llamó a finales del siglo pasado-, compuesta por comerciantes, contratistas del Estado, y algunos nuevos ricos producto del contrabando, el narcotráfico y la corrupción; se avanzó vertiginosamente en la construcción de viviendas y edificios urbanos; se multiplicaron las universidades -unas históricas y tradicionales y, otras, que llamaron “de garaje”-.
En el aspecto económico la apertura permitió integrar al país al comercio internacional, más como consumidor que como productor o proveedor de servicios; y, se registró un crecimiento del Producto Interno Bruto, PIB, que entre 1991 y 2013 se multiplicó por nueve. Entre tanto, el promedio de los colombianos debe esperar 35 años para que se duplique su nivel de ingreso, manteniendo a Colombia como uno de los países con más alta desigualdad de la región y del mundo.
De otro lado, la lista de problemas graves es enorme. Desde los relacionados con la inseguridad, la mala calidad de la educación, las seculares deficiencias del sistema de salud y pensional, la precaria infraestructura que comunique las regiones y al país con el resto del mundo; un país que de agrícola se convirtió en importador neto de alimentos, en el que la industria nunca logró ser un factor del desarrollo; en que el sector servicios escasamente atiende las necesidades urgentes; el que el sector energético-minero está lejos de ser un motor del progreso; en que prácticamente el sector financiero es el único renglón de la economía que a pesar de ser improductivo y especulativo mantiene un ritmo sostenido de rentabilidad con ganancias descomunales comparadas con la industria y el campo. Y, por último, un país en el que el sector púbico es deficiente,  incompetente, burocrático, clientelista, fiscalista y corrupto hace de las suyas.  
Mientras el mundo avanzaba hacia una nueva sociedad del siglo 21 interconectada, global, tecnologizada, urbana, con pérdida de poder del Estado-Nación para resolver los problemas de la sociedad, en los últimos veinte años, Colombia retrocedió en los intentos de descentralización, se enredó en el problema de la seguridad, y el tema central de la agenda pública se volvió la presencia de los actores armados, especialmente de las Farc que, de una u otra forma, han determinado las últimas cinco elecciones presidenciales y han copado la atención de los gobiernos y medios de comunicación. Mientras, todos los demás problemas se aplazaron y agravaron.
Por ejemplo, además del hecho grave de haberse hecho elegir con el dinero del narcotráfico, quizá el peor daño que Samper le hizo al país fue quedarse “hasta el último minuto del último día”, sacrificando la institucionalidad, entregando pedazos del Estado a los corruptos para que metieran sus manos sin control en los presupuestos, y a todo aquel que le amenazara la posibilidad de mantenerse obstinadamente en el cargo, para al final permitir que los alzados en armas desbordaran las fuerzas armadas. Samper nos llevó en cuatro años de un narco-estado a un Estado fallido.
La herencia que dejó Samper además de la inseguridad jurídica y de la pérdida de credibilidad en la presidencia y las instituciones, del descrédito internacional, fue un Estado  descoordinado e incompetente para afrontar desafíos simultáneos en al menos cinco frentes además de las seculares deficiencias del Estado: 1. el narcotráfico, 2. las guerrillas, 3. las autodefensas o paramilitares, 4. las bandas criminales urbanas y delincuencia común y, 5. la corrupción.
En los siguientes gobiernos, Pastrana, se jugó por negociar la paz, Uribe desactivó los paramilitares y persiguió implacablemente a las Farc, y Santos negoció con la guerrilla. Si el proceso actual de acuerdo con las Farc resulta, quedarían por atender de manera urgente las otras tres amenazas, reforzadas por las disidencias. Sigue pendiente el narcotráfico con su poder criminal sin límite, la corrupción que desfonda al sector público y hace metástasis en el sector empresarial, y el bandidaje que hace de las suyas en calles y caminos.
Otra vez, vuelve y juega. El debate sigue girando en torno a las Farc. Los unos se quejan de las condiciones del acuerdo por la largueza del gobierno en beneficios a quienes han causado tanto dolor y muerte y, los otros, pregonan la idea de que el mejor negocio es que no se pierda una sola vida más por cuenta de las Farc, así se les perdone todo, y justifican las deficiencias del acuerdo comparando con el proceso con los paramilitares en que también hubo altas dosis de impunidad.
Estudios como el realizado por el profesor norteamericano James D. Henderson demuestra que los momentos de crecimiento de las guerrillas y el paramilitarismo coinciden con las épocas de mayor auge del narcotráfico. A ello se suma que hay una coincidencia geográfica entre las regiones de mayor cultivo de coca, de mayor presencia guerrillera, de mayor impacto de los paramilitares, que son las zonas donde más desplazamientos y desaparecidos ha habido, más minas antipersonas han sido sembradas. Igual, las Zonas de Reserva Campesina, coinciden o son próximas a buena parte de los territorios que el gobierno ha aceptado para concentración de los guerrilleros de las Farc en el proceso de desmovilización.
Frente a este cuadro y la evidencia del aumento del cultivo de coca a más de 180 mil hectáreas, multiplicado por cuatro en los últimos tres años, permiten preguntarse si el conflicto en vez de desaparecer no se va a incrementar, así una buena parte de los violentos de las Farc se desmovilicen.
Peor aún, hay dos problemas clave que de no resolverse, por muchos avances y logros que se obtengan en distintas áreas, no van a permitir un salto definitivo del país. Que nos harán seguir avanzando como los cangrejos. Son el sistema político centralista y presidencialista y, la impunidad, que pasan prácticamente inadvertidos frente a la opinión pública y que son causa y motor de buena parte de los problemas nacionales.
Urge ponerlos sobre la mesa del debate, deberían estar en el centro de las propuestas en la campaña presidencial, y tenemos que afrontarlos con inteligencia y decisión, si queremos salir adelante. De lo contrario, seguiremos peor que los cangrejos, dando vueltas como corcho en remolino.